Figuras de la pasión de Jesús

2015 03 29 mensaje arzobispo de Burgos pdf

 

Hoy comienza la Semana Santa. Con ella, damos paso a la celebración de los misterios primordiales de nuestra religión: la Pasión, Muerte, Sepultura y Resurrección de Jesucristo.

Impresiona el número, la cualidad y las respuestas de las figuras que aparecen en la Pasión del Señor. Hasta un profano advierte con facilidad que estamos ante un gran drama, en el que se dan cita las grandes pasiones de los hombres. Hay figuras repelentes, como el soberbio Caifás, el lujurioso Herodes y el cobarde político Pilato. Otras inspiran compasión, como Pedro, el negador, y los miedosos discípulos. Alguna da pena, como el miserable Judas o la turba manipulada por los agitadores de turno. Las hay que producen envidia, como Simón Cireneo que, aunque a la fuerza, ayudó a Jesús a llevar la Cruz, y el Buen Ladrón, que tuvo la sagacidad de robar el Cielo con un acto de arrepentimiento sincero.

No faltan las que son ejemplares, como Nicodemo y José de Arimatea, que dieron la cara cuando todos se escondían y avergonzaban de ser discípulos de Jesús; las piadosas mujeres que lloraban contemplando impotentes su pasión y muerte; y, sobre todo, su Madre, María, que estaba allí con su Hijo, conmuriendo, espiritual y místicamente, con él.

Hay una figura que cada día se agiganta más: la del centurión, el primer gran creyente procedente del paganismo. Él estaba al pie de la Cruz para asegurar el orden y el exacto cumplimiento de la sentencia. Sin embargo, en su hombría de bien iba calando el profundo misterio que contemplaban sus ojos. Al fin, cuando Cristo ya había muerto, hizo ante él esta gran confesión de fe: “Realmente este hombre era Hijo de Dios”.

Sin embargo, la Pasión tiene dos figuras señeras. La primera es fácil de notar: Jesús. La segunda puede pasar más inadvertida: Dios Padre. Efectivamente, quien ha llevado a Cristo a la Cruz no fue la venta traidora de Judas ni la soberbia altanera de Caifás ni la injusta y cobarde sentencia de Pilato. Detrás de todo el drama está el Padre. Mejor, el amor infinito de Dios Padre, que “tanto amó al mundo, que le entregó a su Hijo único”. Y el amor, no menos infinito del Hijo, que aceptó con amorosa obediencia el designio salvador del Padre y se dejó apresar, ajusticiar y matar. El gran protagonista es, por tanto, el amor de Dios al hombre.

El gran doctor de la Cruz, el apóstol san Pablo, lo captó en toda su hondura y nos dejó esta síntesis lapidaria: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”. Aquí está todo. Este es el núcleo.

Nuestros grandes imagineros han entendido este mensaje con tanta precisión, que genios como Berruguete o Gregorio Fernández, antes de ponerse a plasmar en la madera un paso de la Pasión, hacían por su cuenta una especie de ejercicios espirituales para conectar interiormente con el misterio. Así se explica que cuando ahora miramos sus esculturas, si dejamos que nos interpelen, nuestros sentimientos más profundos quedan removidos.

Estos días vamos a tener la posibilidad de celebrar en nuestras iglesias los misterios de nuestra redención: Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Las celebraciones litúrgicas son el ámbito privilegiado en el que esto se conmemora y reactualiza. Pero también los actos de piedad popular, como las Procesiones y Vía crucis, rememoran de alguna manera el misterio y nos ayudan a comprenderlo mejor. Por eso, además de participar en las acciones litúrgicas de estos días, no dejemos de hacernos presentes en alguna de nuestras grandes procesiones. Os invito de modo especial a participar en el Descendimiento de Cristo de la Cruz el Viernes Santo a las 13:00 horas en la plaza de Santa María. ¡Santa y provechosa Semana Santa!

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