«Vuelvo a África con ilusión y un poco de vértigo, pero es la llamada del Señor»
Nació en Lerma y es el mayor de cinco hermanos. El sacerdote José Antonio Arroyo Victoriano cursó sus estudios en la Facultad de Teología de Burgos y su primer destino pastoral fue el Valle de Losa (Quincoces de Yuso y Villalba de Losa). En 1998 ingresó en el Instituto Español de Misiones Extranjeras y tras un tiempo de preparación viajó a Togo, a una ciudad y diócesis del norte, Dapaong. Allí atendió distintas parroquias, siempre con la misión de «acompañar en la fe a unas iglesias jóvenes, a multitud de catecúmenos que habían conocido a Jesús y querían ser bautizados en su nombre». José Antonio, como misionero fuera de España, ha ayudado «a crear comunidad, familia, que se reúne, que es solidaria, que celebra y llora junta. A compartir sus alegrías y sus penas desde el evangelio… todo desde la realidad concreta donde estaba, donde la vida y todo lo que la rodea está a flor de piel».
En 2008 fue nombrado administrador del Instituto Español de Misiones Extranjeras y pasó cinco años en Madrid. Su vocación de sacerdote siempre ha estado unida a la de misionero. «Cada edad tiene su momento y proceso, y en cada uno de ellos descubrí que me sentía atraído por la vocación sacerdotal y por poder vivir esta vocación también en otros lugares y otras culturas. Creo que en mi vida van juntas las dos» expresa Arroyo. El ritmo de trabajo de un sacerdote en un país africano no es el mismo que en España, existen expresiones y urgencias distintas, «en lugares como África hay que adaptarse a su realidad pero la finalidad es común, un sacerdote allí donde esté tiene que llevar la Buena Noticia, ser Buena noticia».
Tras su estancia en Madrid, en 2013 regresó de nuevo a Dapaong, donde atendió durante dos años a otra parroquia. A su vuelta a Burgos en 2015 fue enviado a Belorado y a los pueblos de la Riojilla Burgalesa atravesados por el Camino de Santiago y la cuenca del río Tirón. Esta última etapa como sacerdote en pequeñas localidades «ha sido una gracia de Dios. Me he sentido muy bien acogido y muy a gusto. Soy feliz siendo cura de pueblo y he tenido la suerte de tener cerca y en mi historia buenos compañeros y buenas personas que me han ayudado a ser sacerdote». Reconoce José Antonio que en ocasiones se ha visto incapaz de abarcar y llegar a todas las situaciones, a los pueblos y a sus gentes como le hubiera gustado. «Esa es una espina que llevo clavada, pero el camino andado ha sido muy bonito y me ha hecho más sacerdote». Ante la preocupación por la despoblación que atraviesan los pueblos, este sacerdote apuesta por la creación de una delegación de pastoral rural «para ver por donde caminar todos juntos».
«Mi vocación de misionero me ha vuelto a llamar»
En unos meses, José Antonio Arroyo tiene previsto viajar a Centroáfrica, a una ciudad de la diócesis de Mbaïki, donde también sirve el misionero burgalés Jesús Ruiz Molina. «En el Togo cerramos un proyecto misionero al considerar que la Iglesia local ya podía caminar por sí sola. El grupo de compañeros que estábamos allí salimos con la intención de reubicarnos en un lugar de primera evangelización, donde la Iglesia estuviera dando sus primeros pasos. Ahora Jesús Ruiz nos ha ofrecido esta posibilidad y nos ha invitado a trabajar en su diócesis». Se pondrá a disposición del obispo de allí y aprenderá la lengua y las costumbres. «En esto he visto una llamada de Dios. Todo ello en diálogo con don Mario y con el director del IEME, claro está. Voy con ilusión y con un poco de vértigo, pero es la llamada del Señor».
Su familia y los feligreses de las parroquias que atiende se apenan por su marcha, pero todos entienden «que es mi vocación». Cuando los misioneros se van, emprenden un viaje que los absorbe completamente, «nos centramos en él». José Antonio reconoce que Burgos es misionero, «no solo por los misioneros que andan por el mundo, sobre todo lo es porque hay muchas familias, amigos, comunidades… que sienten la falta de uno de los suyos y rezan por ellos y por los frutos de sus trabajos misioneros».
Afronta la nueva misión con ilusión y «todo lo que he vivido aquí me lo llevo». «A los misioneros nos hace bien que os acordéis de nosotros, que recéis por nosotros y por los países donde estamos. Lo demás, ya se verá».