El sonido de la tradición
Un reloj lanzado al aire. El sonido de las campanas ha marcado la vida de las comunidades rurales, ha sido el lenguaje de los pueblos a lo largo de la historia. Desde el toque de ir a misa al de concejo, tanto religiosos como civiles, el repique de campanas era el altavoz del pueblo. Cuando llegaba el temporal, el toque de nublo avisaba de la borrasca a los trabajadores del campo, pero también existía un código para anunciar una emergencia a los vecinos. No había WhatsApp, pero los mensajes corrían como la pólvora, los vecinos eran convocados «a son de campana tañida» y si era necesaria la colaboración para sofocar un incendio, también existía un toque, el de arrebato, que lo anunciaba. Las campanas marcaban la vida de los municipios, eran el reloj de mano de nuestros antepasados. La iglesia llamaba con sonidos, desde el amanecer hasta el anochecer.
Pocos quedan ya que toquen las campanas de forma manual, y menos conocedores de este lenguaje. Pero existen. Y luchan por conservar este bien que solicitan se reconozca como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Verónica de la Torre es una de ellas. Desde pequeña subía al campanario de la iglesia de su pueblo, Revilla del Campo, junto a su padre y su abuelo, y para ella «el tañer de las campanas es un legado familiar». Verónica empezó a tocar en los concursos de campaneros que organizaba la Diputación de Burgos y allí «una especialista de Salamanca que formaba parte del jurado me animó a continuar; no había ninguna mujer campanera en Burgos». Hoy en día, muy pocas conservan esta tradición. Para esta joven subirse a un campanario siempre es especial, pero a lo largo de su vida ha experimentado desde lo alto de la iglesia distintos sentimientos. «Recuerdo con gran cariño y añoranza cuando toqué las campanas en el funeral de mi abuelo y de mi padre. Tampoco quise perder la oportunidad de hacerlo el día de mi boda: después de la ceremonia, subí a tocar a fiesta».
Como ella, treinta apasionados de este patrimonio integran la Asociación de Campaneros de Burgos, que nació en el año 2017 en respuesta a la inquietud de los campaneros de Las Quintanillas. En esta localidad, la tradición de tañer las campanas siempre ha estado presente y hasta 1960 sonaban los toques del día, que marcaban el ritmo diario y aunaban a la población en un movimiento continuo y común. Un legado heredado por varios hermanos que, enfundados en el temor de perder la tradición, animaron a poner en marcha este proyecto.
Un oficio en declive
Las campanas siguen llamando a la oración y a las celebraciones religiosas, sin embargo, existen toques que han caído en el olvido. «Siendo realistas, en la actualidad el toque manual se ha reducido casi hasta la desaparición», expresan los miembros de la Asociación de campaneros, quienes lamentan que «en muchas poblaciones, ante la denuncia de vecinos que consideran el sonido de las campanas ofensivo o alterador del sueño, ha sido suprimido parcial o totalmente para indignación silenciosa de la mayor parte de los vecinos».
Los campanarios de las iglesias son un medio de comunicación y sigue siendo «el único que avisa de forma instantánea y colectiva a una población de cualquier acto o situación». Reuniones del Ayuntamiento, la visita del sacerdote para impartir la extrema unción o la llegada del recaudador: distintas informaciones que los habitantes de las localidades recibían gracias al ritmo y el timbre de las campanas. «Recuperar ciertos toques y darlos a conocer a la población supondría un nexo más de unión entre los vecinos que mejoraría el espíritu de colectividad e identidad», señalan los campaneros, que recuerdan que hasta la llegada de la electricidad «las campanas eran el único medio existente y fiable» que llevaba en funcionamiento casi diez siglos.
El toque de difuntos que anuncia el fallecimiento de algún vecino sigue siendo casi exclusivamente el único manual. Dos toques de ambas campanas grandes a la vez, denominados clamores, indican que la persona fallecida es una mujer, mientras que tres suenan si es un hombre. Cuando un sacerdote fallece, las campanas tocan cuatro clamores, cinco si es canónigo y seis si quien ha fallecido es el Santo Padre.
Desde el móvil
El abandono y el desconocimiento han propiciado la desaparición de este patrimonio, y la tecnología, como en muchos otros ámbitos de la vida, ha obligado a los campaneros a decir adiós progresivamente a su oficio. El paso del tiempo ha deteriorado los campanarios de muchas iglesias y su acceso no siempre es fácil, lo que ha forzado a automatizar las campanas. Estos mecanismos «son incapaces de reproducir los toques tradicionales, pero muchas poblaciones automatizaron sus campanarios porque era la tendencia, pese a haber campaneros habilidosos en el pueblo» y esto ha provocado el desconocimiento de este lenguaje en las comarcas.
En la archidiócesis de Burgos, la evolución hacia la automatización de las campanas se produjo hace décadas en algunas iglesias de la provincia. Una de las primeras en apostar por un sistema informático para llamar a misa o anunciar los fallecimientos fue la iglesia de San Martín, en Mecerreyes. Su sacristán, Raúl González, recuerda cómo hace veinte años «se puso este sistema en la parroquia, fue en el año 2001, cuando se fundieron dos campanas y un campanillo». El mecanismo ha consistido «en la electrificación de dos campanas romanas, una esquila y dos esquilones» y ya no existe cuerda que desciende desde la torre al suelo para que alguien toque manualmente. Todo se programa desde el móvil del párroco, Roberto Santamaría, que puede anunciar que se acerca la hora de misa con tan sólo un clic. «Además puedo confiar esta misión en algún vecino porque se puede activar el toque desde cualquier sitio siempre que el teléfono tenga cobertura», lo que facilita el trabajo en las parroquias.
Para algunos, la automatización de las campanas puede poner en riesgo la supervivencia del toque manual. Para otros, es el único modo de que el sonido de las campanas siga escuchándose en los pequeños pueblos. Así lo defiende Antonio Cano, insigne relojero y campanero burgalés que se encarga del mantenimiento de las campanas de unos ochenta pueblos de la provincia y de medio millar de campanarios de toda España, entre los que se encuentran los de las catedrales de Burgos o Palma de Mallorca. «Gracias a la automatización, las campanas se ponen en movimiento y siguen alegrando la vida de los pueblos. Son sinónimo de vida y de alegría. No hay domingo sin campanas», asegura. En las dos últimas décadas ha visto cómo la tecnología ha facilitado que los pueblos sigan contando con este sonido de la tradición. «En 20 años, esto ha cambiado muchísimo. Ahora basta una aplicación en el móvil o la tablet para poner en funcionamiento las campanas». En los últimos años, en los que las redes móviles han comenzado a copar también el mundo rural, Cano programa «NVC», una app gratuita y disponible para dispositivos Android y que pone en funcionamiento las campanas para que llamen a fiesta o anuncien un entierro y cuyo uso está ya implementándose en la misma Catedral burgalesa.
Es la evolución de un patrimonio inmaterial que tiende a desaparecer pese a la lucha de quienes lo mantienen. El abandono, el desconocimiento o la imposibilidad en algunos casos, hacen que subirse a un campanario sea ya un privilegio de unos pocos. Manual o automático, el volteo de las campanas ha sido y será el sonido de la tradición.