Voluntarios que custodian el pasado

El Archivo Diocesano de Burgos cuenta con un equipo de diez personas que donan su tiempo a catalogar libros, digitalizarlos y ofrecer a los usuarios partidas de bautismos de sus antepasados.
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Fue el concilio de Trento el que obligó a los párrocos de todo el orbe, a mediados del siglo XVI, a anotar y custodiar diligentemente los libros que fuesen necesarios para dejar constancia del ejercicio de su ministerio en sus respectivas parroquias, principalmente en lo referente a la administración del sacramento del bautismo, los matrimonios y las defunciones, así como el cumplimento pascual de los feligreses y otros libros de cuentas. Con todo, el concilio no hizo sino convertir en norma una práctica que ya era habitual en algunas parroquias desde hacía tiempo. En Burgos, sin ir más lejos, la parroquia de Nofuentes registró el primer bautismo datado en la diócesis, con fecha de 1494. De la zona de la Bureba, por su parte, procede el registro matrimonial más antiguo, firmado en 1502.

 

Desde entonces, las parroquias han generado un ingente material documental que la Iglesia se ha encargado de custodiar con esmero. La inmensa mayoría de esos documentos –unos 60.000 volúmenes– se almacenan ahora en el archivo diocesano, el lugar donde la historia de la Iglesia burgalesa es accesible a todo el mundo. A excepción de algunas parroquias como las de Miranda de Ebro, Covarrubias, Santo Domingo de Silos, Medina de Pomar, Puentedura, Mecerreyes o Pradoluengo, todas las demás (más del 90% del total) han depositado allí sus libros, que crecen cada día con la aportación de nuevos documentos. Los últimos en incorporarse han sido los de Lerma. Además de este fondo sacramental, el archivo cuenta con otra sección que recoge la documentación generada por la propia diócesis, y entre los que se encuentran bulas de Papas, documentos de los obispos de la Conferencia Episcopal, patrimonio cultural, documentos sobre órdenes religiosas, etc. Así, los libros de fábrica, de tazmías, de apeos, de matrícula, etc., se acumulan para dar cuenta de la vida de la Iglesia a lo largo de los siglos.

 

De este modo, este archivo se ha convertido en un servicio público que la archidiócesis presta a todos los amantes de la historia. Y no solo. Hasta allí acuden cada día numerosas personas en busca de pistas de sus ancestros y los lugares donde estos nacieron y murieron.

 

Así lo hizo durante más de 10 años Ana Núñez, quien venía desde Oviedo dos veces al año para entrelazar las hojas de su árbol genealógico. Cuando en 2014 se asentó definitivamente en Burgos tuvo noticia de que el archivo diocesano cambiaba de ubicación y se enroló como voluntaria para trasladar durante siete agotadoras semanas libros y legajos al nuevo emplazamiento en la Facultad de Teología, unas modernas instalaciones que permiten la conservación de los documentos en óptimas condiciones de humedad y temperatura y a prueba de incendios.

 

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Y es que si de algo puede presumir el archivo diocesano de Burgos es de su pequeño ejército de voluntarios que ayudan en sus trabajos a los archiveros oficiales, Fernando Arce, el director, y Miguel Ángel Sáiz, director adjunto. Junto a Ana Núñez, otros nueve voluntarios más se encargan de las tareas de este lugar, que van desde la catalogación y clasificación de documentos a su traslado a la sala de investigadores o la digitalización de los mismos, así como atender peticiones de partidas sacramentales que llegan a través del correo electrónico, cada vez más numerosas.

 

Núñez es la encargada de recepciones estas peticiones. Bucea entre las estanterías hasta encontrar –o no– las partidas solicitadas. Después las registra, las procesa y las envía a sus destinatarios. Las partidas legalizadas han de transcribirse de forma literal y necesitan un sello de la vicaría general para tener validez. Las partidas literales son, simplemente, una copia escaneada del documento original. En lo que va de año, han recibido 150 solicitudes de partidas sacramentales. La inmensa mayoría, para trazar genealogías. Otras –24 en total– como un justificante con el que los descendientes de exiliados de la guerra y la dictadura pueden obtener la nacionalidad española.

 

A veces, las peticiones quedan desiertas, pues no se pueden rastrear con exactitud. En numerosas ocasiones no se tiene conocimiento de la parroquia exacta de nacimiento y es prácticamente inviable dar con ellas en un océano con millones de documentos. Bien lo sabe Ana Díez, la última en sumarse al grupo de voluntarios y encargada, junto a Núñez, de este servicio. «Facilitamos a las personas que no pueden venir en persona los datos que nos solicitan por correo electrónico. Últimamente estamos ayudando mucho a los extranjeros que quieren solicitar la ciudadanía española porque tienen algún antepasado español y necesitan partidas legalizadas para presentarlas en sus respectivas embajadas o consulados».

 

Las dos Anas aseguran que su trabajo como voluntarias «engancha» y que, «si fuera necesario pagarían por serlo». Las dos sintieron el gusanillo por la historia indagando sobre sus orígenes y el contacto con otros voluntarios ha hecho que se sientan «como una gran familia». Dedican entre tres y cuatro días por semana a realizar diferentes trabajos –hasta visitas guiadas– y lo hacen con gusto y vistiendo una sonrisa en sus rostros. «Yo vine a Burgos a buscar a mis ancestros y es algo que engancha», sostiene Núñez. Para Díez el archivo es «su casa»: «Me gusta mucho los libros, intentar mantenerlos y conservarlos, digitalizar, sacar información»… Y así, sin quererlo o no, estos voluntarios mantienen con vida la historia de la Iglesia en Burgos.

 

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