El pueblo domina los páramos circundantes. Se descubre aseado con muchas de sus construcciones recién compuestas, aunque sin llegar a perder su personalidad arquitectónica dominada por el color rojizo de sus piedras y un trazo urbano en el que no faltan recias y cerradas casas de piedra que muestran pequeños vanos para defenderse de los fríos y ventosos inviernos que reinan la zona. Todo el paisaje está presidido por la impresionante mole de la iglesia parroquial de Quintanaloma, faro que se alza sobre las parameras del entorno.
De Loma, pequeño barrio de Quintanaloma, solo quedan ruinas y calles cubiertas por la vegetación, y no mucho más lejos, la ermita de Santa Ana que se levanta encima de un atrevido espolón rocoso que se abre sobre el profundo valle excavado sobre el arroyo de La Nogala y preside un interesante enclave paisajístico.
Posee dos iglesias. La una, relativamente amplia, un tanto apartada del caserío y asentada sobre una loma, se compone de elementos desde el románico hasta el siglo XVI con una esbelta torre visible desde un amplio entorno de varios kilómetros de diámetro. Tiene como titulares a San Cornelio y San Cipriano.
La otra, en el centro del pueblo, es una edificación moderna con una pequeña espadaña construida con piedra procedente de una iglesia románica situada en el poblado de Loma, así como un ábside procedente de la misma iglesia, todo ello trasladado a finales de los años 1950. Merece la pena mencionar una fuente abovedada con arcos del siglo XVI y un pozo de época anterior.
Celebran las fiestas en la 3ª semana de agosto, cuando hay veraneantes.