Parroquias

Parroquia S. Facundo y S. Primitivo – Castrobarto

La localidad de Castrobarto, perteneciente a la Junta de Traslaloma, se sitúa en la vertiente meridional de los Montes de la Peña, que marcan el límite del Valle de Mena, a unos 18 km al norte de Medina de Pomar. Desde Medina debemos seguir la carretera que lleva a La Cerca y aquí tomar la BU-552 atravesando Salinas de RosÍo, Rosfo y Villalacre, hasta Castrobarto, a poco más de 100 km de la capital provincial.

Las primeras noticias sobre el pueblo nos remiten a un castro romano y por la zona pasaba una calzada secundaria. Luciano Huidobro nos habla de la existencia de una fortaleza que empezó a construirse a mediados del siglo VIII, sin más precisiones y Cadiñanos supone que quizá Castro de Obarto “sea fundación de principios de la repoblación con cierta función defensiva”, pues a su situación sobre la antigua vía se unía el papel de punto de control sobre el camino de herradura que desde Salinas de Rosío se internaba en el Valle de Mena. Según Balparda éste sería el Castrum de Castella Vetula citado en el Fuero de Cervatos y Cadiñanos hace alusión a que en el Cartulario de San Juan de la Peña parece citado como si se compusiese de dos barrios: Castro y Dobarto. En el documento de donación por Alfonso I el Batallador al abad de San Salvador de Oña del monasterio de San Pedro de Noceda, datado en mayo de 1130, se refiere que tal cenobio se ubicaba in aljo~ de Castro.

A mediados del siglo XIV, el Libro Becerro de las Behetrías nos dice que el señor de “Castro Deuarto” era Lope Carcía de Salazar, no entrando sino tardíamente en el mayorazgo de los Velasco. De su pasado señorial y como enclave estratégico restan los arruinados paredones de una torre levantada -en la primera mitad del siglo XV, según Cadiñanos- por dicha familia principal de la Castilla del bajo medievo.

La actual iglesia De San Facundo y San Primitivo es un edificio tardogótico con moderna torre cuadrada a los pies, aunque en su fábrica se reutilizaron varios elementos de la primitiva iglesia románica, fundamentalmente la portada, un canecillo en el interior y algunos fragmentos de imposta con decoración de palmetas y ajedrezado en los aleros del muro meridional y testero.

La portada de la iglesia, probablemente remontada, se abre en un antecuerpo del muro meridional, protegida por un moderno pórtico de mampostería. Consta de un arco de ingreso de medio punto, liso, rodeado por tres arquivoltas y chambrana ornada con tres filas de tacos, apeando los arcos en jambas escalonadas -rehechas o retalladas- coronadas por impostas en las que se alternan el ajedrezado con la decoración de palmetas entre tallo ondulante con contario y hojas rarnífícadas, todo de seca talla.

En las arquivoltas se concentra en mayor esfuerzo ornamental de los restos conservados. La interior, sobre banda de bocel sogueado, muestra su chaflán decorado con motivos vegetales y geornétricos florones, estrellas inscritas en resaltados clípeos, círculos en relieve y una roseta tallada a bisel e inscrita en un doble clípeo con dientes de sierra. Escapan de estos asuntos dos aves enfrentadas que entrelazan sus cuellos picándose las patas, motivo de gran extensión en el románico, especialmente en el área navarra y aragonesa, pero también en Castilla.

En la segunda arquivolta la decoración es mucho más variada, con predominio de lo figurativo, disponiéndose las imágenes combinando el sentido longitudinal con el radial. De izquierda a derecha del espectador vemos, en primer lugar a un desproporcionado personaje masculino, barbado y sonriente, que se apoya con ambas manos sobre un bastón “en tau”, sigue una tosca cabecita de puntiagudas orejas y una cabeza masculina grotesca, de largas barbas y extraño bigote de puntas rizadas, cubierta con un curioso bonete y con la boca abierta sacando la lengua y enseñando los dientes. Tras esta imagen burlona vemos otra cabecita humana, ésta sonriente e inscrita en un nimbo ornado de hojitas; dos piñas separadas por un motivo vegetal; una cabeza antropomorfa y burlona de hinchados mofletes; una pequeña cabeza de felino, de puntiagudas orejas y una máscara de hombre barbado, tocado con un rico bonete gallonado, de poblado mostacho y que engulle o vomita dos haces de hojas. Tras él, continúa la rosca del arco otro mascarón monstruoso, de rasgos entre humanos y felinos, con una curiosa trompa en vez de nariz, orejas puntiagudas y de cuya sonriente boca emergen dos culebríllas, sigue la decoración con una mujer cubierta con velo y barboquejo, con un vestido por debajo de las rodillas y amplias mangas, de gesto sonriente y que parece sostener un bastón u objeto sobre su regazo. Las dos últimas figuras son sendas cabezas de animales de diferente tamaño, la más pequeña parece un perro o liebre y la siguiente es un mascarón felino sacando la lengua.

La tercera arquivolta, por su parte, se decora con un bocel y dientes de sierra, exornándola una cenefa de tallo ondulante ornado con contario en cuyos meandros se acomodan hojas de ruda y seca talla.

En el interior de la iglesia, netamente gótico, se empotró un descontextualizado canecillo en la parte alta del hastial occidental, sobre el coro. Representa a una cabeza masculina barbada, con grandes ojos almendrados, que vomita dos haces de gruesos brotes vegetales carnosos, similar a la ya vista en la portada. También en el alero se reutilizaron varias piezas de la primitiva cornisa, con decoración del tipo ya visto: triple hilera de ajedrezado y palmetas anilladas bajo botones vegetales.

Las características de la escultura de esta portada y su rudeza de talla no ocultan que sus autores se dejaron influir tanto por los modelos propios de los talleres que trabajan en Valdivielso desde la primera mitad del siglo XII como por la plástica propia de los que trabajan en los Valles de Mena, Losa y la merindad de Montija (así en Bercedo). La seca interpretación de motivos que vemos en Castrobarto nos hace pensar en fechas avanzadas del siglo XII o incluso ya el XIII para esta obra.